martes, 19 de junio de 2012

Programa Lebensborn


             Aquella mañana se encontraba cansada, después del parto y la lactancia, sus fuerzas habían menguado hasta hacerse tan escasas que apenas era capaz de soportar el peso de su cuarto vástago entre sus débiles brazos. El clima había cambiado hasta helar en los fríos bosques de Steinhöring. Rodeada de cunas, miraba con anhelo por las escarchadas vidrieras que daban al patio norte de Heim Hochland, mientras evocaba la imagen de sus padres en torno a la marmita de guiso de caza a pleno rendimiento de las brasas y cómo aromatizaba el hogar dando el acogedor confort que tanto echaba de menos. Recordaba los tirones que enérgicamente servían para desenredar sus finos cabellos como un suceso traumático hasta que, encinta y desorientada, decidió pedir ayuda a Helga Steiner en aquel hospicio de maternidad. El exhaustivo reconocimiento al que fue sometida a su llegada por parte del doctor Von Schümann hacía presagiar un humillador sometimiento y una carencia de empatía por parte de aquellos galenos de blancas batas y brazaletes Sturmbinde. Sólo desde el convencimiento de una pureza racial sería aceptada bajo el amparo de aquellos que regían aquellos sombríos hogares presididos por la negra bandera de la doble S.
                Sus cobrizos cabellos y sus ojos color cobalto habían sido definitivos para ser un número más en aquel orfanato y ser considerada racial y biológica-hereditariamente valiosa. El infierno debía ser un terrón dulce en manos de un niño a la hora de la merienda en comparación con aquellos cuatro años al abrigo de la señorita Steiner. Estricta, autoritaria y de modales toscos, se había convertido en el azote de aquellas mujeres que osaran pensar de manera contraria al régimen allí establecido. Aún podía recordar los alaridos de aquella joven de Oberding atronando en los pasillos y el posterior silencio tras contravenir una de sus múltiples ordenanzas. Nunca volvieron a saber de ella.
                Sus obligaciones se habían limitado a lactar a sus hijos y, únicamente, en días soleados gozaba del permiso para pasear entre los jardines en compañía de otras mujeres procedentes del distrito y cuya experiencia vital les había conducido al mismo destino. Muchas de ellas eran mujeres de los miembros de la Schutzstaffel y otras, como ella, eran espectros caricaturizados de sus propios egos, cuyo cometido estaba restringido a  la reproducción sistemática en aras de la germanización de la raza. Se sentía vacía, sola, triste y taciturna por la infausta ventura que de ella había sido.
                A pesar del hastío, el desasosiego se apoderaba de si, pues habían transcurrido cuarenta días tras el alumbramiento de Steffan y calculaba un nuevo encuentro carnal con alguno de los soldados que periódicamente asistían con el propósito de la concepción, presos de los exaltados convencimientos de la promoción del crecimiento de una raza superior a través del programa de reproducción asistida que allí se perpetraba. Ella sólo era un insignificante eslabón de ese siniestro entramado ideado por Hitler y dirigido con mano de hierro por el Reichfürher-SS. En el ocaso del día, la puerta de su aposento hizo chirriar con vehemencia las desvencijadas bisagras. Era, sin duda, el sonido de lo inevitable. A través de las sombras pudo vislumbrar la tétrica silueta de la señorita Helga Steiner, acompañada de un alto caballero ataviado con una gorra negra decorada con una calavera, incólume uniforme y lustrosas botas altas de campaña, al tiempo que entonaban a coro un sonoro:  ¡Heil Hitler!.
               

                Desde 1936, más de una veintena de hogares Lebensborn fueron implementados en la Alemania Nazi y los territorios ocupados, siendo Noruega y Polonia los países donde mayor transcendencia ocupó el programa de eugenesia del ideario nacionalsocialista fuera de sus fronteras. Alrededor de 8000 niños nacieron fruto del programa Lebensborn en Alemania y otros 10000 en Noruega. El objetivo era llegar a los 120 millones de pobladores nórdicos/germanos de raza aria pura. Los miembros participantes ascendían a 8000 en 1939, entre los cuales se encontraban 3500 soldados de las Waffen-SS de membresía obligatoria. Otra práctica habitual era el secuestro sistemático de niños para su germanización. Se cree que sólo en Polonia, más de 100000 niños fueron arrancados de los brazos de sus padres para tal propósito. Se estimó que de un total de 250000 niños raptados y mandados a la fuerza a Alemania, solo regresaron 25000 con sus familias. Los niños nacidos en hogares Lebensborn y las madres de origen Noruego sufrieron el rechazo de la sociedad de postguerra, y otros muchos niños rehusaron volver con sus familias de origen.

No hay comentarios:

Publicar un comentario