Walter: Si los oficiales creían que podíamos atravesar Bélgica como el
Kaiser atraviesa el Vestíbulo de Mármol de Friedrichskron, que se sienten y
esperen porque esto no va a resultar un paseo militar.
Fritz
escuchaba atento en el mismo momento en que sacaba un cigarrillo y lo situaba
cuidadosamente entre sus dedos. Su mirada denotaba cansancio y la incipiente
barba era prueba evidente de los días que llevaba en aquel foso.
Fritz: Los oficiales sólo piensan en rameras y lujos mientras nos
envían impunemente a morir.
En aquel
macabro lugar, conviviendo con excrementos y ratas, Fritz saboreaba el dulzor
de la amistad. Compartió infancia con Walter y juntos decidieron ingresar en el
ejército del II Reich.
Walter: ¿Los mandos no sabían de la existencia de esas condenadas
fortificaciones enemigas? Ya he visto muchos compatriotas morir aquí…
Fritz: Los mandos creían que los belgas iban a hacernos los honores en
nuestro paseo hacia Francia. ¡Maldito Plan Schlieffen!.
Walter: a Emmich no se le ha visto el pelo, siempre en retaguardia…
Fritz: Prusia no merece esa rata…
Fritz asía su
Gewerh 98 después de acomodar el cigarrillo entre sus labios sin la intención
de encenderlo. Con gesto exhausto y voz exánime, decidió otear más allá de la
defensa belga mientras entonaba plegarias a modo de canto. Desde su posición
podía observar la ciudad fortificada de Lieja, al tiempo que apostaba su fusil por
encima de la trinchera. El fuego de artillería belga cercenaba las esperanzas
de expansión por el Oeste, dejando una dantesca escena que enmarañaba la
posibilidad de que todo lo vivido fuera fruto de una experiencia onírica. En
los ánimos de los soldados alemanes aún habitaba el luctuoso recuerdo del paso
del rio Mosa.
Se sentía incapaz de retirar su índice derecho del
gatillo del Gewerh desde que fueron sorprendidos en su avance por el fuego de
obuses nacidos de la nada. Fruncía el ceño para acomodar la vista en postura
inmóvil. El sudor brotaba de su frente. Escuchaba a Walter farfullar mientras
se quitaba las botas para secarse los pies.
Walter: El dolor empieza a ser insoportable y no siento el dedo gordo…
Fritz: ¡Silencio Walter!-le interrumpió-Escucha eso…
Walter se
puso de pie de un enérgico salto y escudriñó a su retaguardia.
Walter: no puedo ver nada…
Un sonido de
motores en escala ascendente sobresaltó a los soldados atrincherados. Fritz se
quitó la gorra y se agachó mientras cogía el fusil. Se giró y permaneció
agachado a los pies de Walter. El cañón belga comenzó a escupir proyectiles por
encima de sus cabezas. Agazapados en el socavón se protegían de tierra y
piedras, y los lamentos quedaban atenuados por las explosiones. Minutos
después, todo quedó en silencio.
Fritz: ¿Estás bien Walter? Deben haber atacado a la 34º Brigada de
Infantería del General Von Krawell…
Walter: ¡Estoy herido!- la
sangre emanaba de su pierna. Restos de metralla de un obús de 150 mm habían
alcanzado a Walter. Jadeaba exhausto. Se aferraba a la mano de Fritz y le
susurraba al oído con dicción entrecortada. Fritz hacía presión sobre la
aberrante llaga que Walter portaba en su muslo izquierdo. Tras torniquete con
ceñidor, Fritz se puso en pie y dirigió la mirada hacia el fuliginoso cañón
belga. No comprendía qué y quién era el ejecutor del exterminio, hasta que pudo
ver un carro con cañón Krupp de 420 mm con una enseña tricolor que le resultaba
familiar. Volvió a su exangüe amigo, portador de níveo semblante y gesto estremecedor
con la euforia propia de lo acontecido.
Fritz: ¡Walter! No sé cómo, pero hemos destruido sus defensas con
artillería pesada…¡Walter! ¡Walter!
El amigo tiraba de la solapa de la chaqueta de Fritz
con escaso brío. Vigor caduco y rigidez mortecina. Débil hálito. Las efímeras
energías que le quedaban fueron empleadas para ofrendar a Fritz con sus últimos
vocablos.
Walter: Amigo, no temas por mi alma…El imperio caerá pero el pueblo
alemán sabrá reponerse para dominar Europa…servir contigo, mi salvoconducto al
cielo…
Los dedos inertes de Walter se soltaron de repente.
Fritz quedó sumido en pesadumbre.
El fuerte Fleron acababa de ser reducido a escombros.
Pontisse, Barchon, Chaudfontaine y por último Loncin, eran tomados por la
infantería alemana y con ello se conseguía la capitulación definitiva de Lieja.
Blasón
germánico en Bélgica, antesala del lúgubre juego de destrucción y muerte en que
quedaba sumido el mundo.