domingo, 31 de marzo de 2013

Purga en el verano berlinés

                   Entré en aquel bisoño restaurante, atestado de agentes elegantemente uniformados y dispuestos de manera simétrica en todas las mesas, destinadas a dar buena cuenta de los deliciosos asados de carne adobada de ternera  marinada que servían en el Brandenburger Tor Restaurant. Había llegado bajo las robustas columnas coronadas con las águilas imperiales que habían implementado en la avenida que, otrora era el símbolo de la elegante vida social de Berlín.  El ambiente de tensión que dominaba la ciudad estaba suavizado por la inminente celebración de los Juegos Olímpicos en aquel lluvioso verano. Era como si una fuerza divina quisiera fastidiar la fiesta de ensalzamiento nacionalsocialista que iba a suponer la celebración de las Olimpiadas, ya que las condiciones meteorológicas parecía ser lo único que, todavía, no controlaban los nazis.
                Me encontraba inmerso en la investigación del robo de documentación que podía comprometer a algunos jerarcas nazis de asesinatos raciales y promover leyes en contra de la sociedad judía. Se sospechaba de los comunistas, bueno en realidad, los comunistas eran sospechosos habituales, pero su persecución había tomado una tregua en aquellas semanas en que el Führer deseaba importar la estética del partido y una mejor imagen al mundo, con el único objetivo de conseguir los parabienes de los máximos mandatarios del resto de países. El régimen se había extendido como una epidemia de cólera en una comunidad de inmunodeprimidos hacinados y desde su ascenso al poder, me desmarqué de la policía del Alex para dedicarme a la investigación privada. Mis dotes de sabueso y mi falta de escrúpulos para tener algo que llevarme a la boca, me llevaron a aceptar esa oferta de trabajo. No hicieron falta amenazas, 300 marcos al principio y otros 350 a la entrega de la documentación robada fue suficiente para venderme al mismísimo Hans Falkenhorst, que ponía rostro a la mano que movía los hilos en la sombra. Acepté sin dudar pero detestaba a los nazis como un gato herido detesta el agua putrefacta de las cloacas.
                Había recibido un chivatazo de mi contacto y me dirigí a meter las narices en el Brandenburger Tor. Pedí una cerveza y me senté en la barra mientras aguzaba el sentido de la audición. Entonces entró Max y me dijo:
-Estás hecho un asco, viejo Bauman- Max Klausen era periodista del Berliner Morgenpost. Su fama de lameculos no tenía límites y gracias a ello había conseguido contactos en las más altas esferas del partido nacionalsocialista a cambio de adornar con su pluma los comportamientos transgresores de los hombres de las SS.
-Hola Max, necesito que tu lengua viperina salga de la cueva y derrame su veneno- le ordené- Dime, ¿dónde puedo encontrar el maletín robado de Prinz Albrecht Strasse?
-Hay un piso de un austero edificio de la Dircksentrasse, cerca de Alexanderplatz. Será mejor que vayas armado…
                Deje unas monedas encima de la barra mientras sujetaba mi cigarrillo y me dirigí a la puerta agradeciendo a Klausen su virtuosismo en el viejo arte de la traición.
                Al cabo de un rato llegué al sobrio edificio de la Dircksentrasse y haciendo uso de mi juego de ganzúas conseguí abrir la pesada puerta de acceso. Una vez dentro comprobé que no tenía portero y me adentré en un lúgubre pasillo con olor a humedad como si me encontrara inmerso en el interior de una enmohecida cueva en los mismísimos fondos de una cascada. El silencio gobernaba aquella construcción cuyas paredes estaban desconchadas como si de un óleo humedecido por el rocío de la mañana se tratara. Ascendí por la escalera hasta el segundo piso y observé cómo una de las puertas estaba abierta. Eché mano de mi arma y ayudándome del cañón la empujé hasta que pude ver el interior de la estancia. Libros, cojines y demás objetos se disponían en desorden total por toda la vivienda, como si alguien hubiera husmeado antes que yo. De repente, percibí un fuerte golpe en la parte trasera de mi cabeza que me hizo viajar a través del mayor agujero negro jamás formado y caer al abismo de la inconsciencia con tanta premura que apenas vislumbré el fondo del recibidor del piso.
                Cuando desperté, estaba sentado y maniatado. La cabeza me iba a estallar y una grave voz me instaba a abrir los ojos al tiempo que golpeaba con brío mi carrillo izquierdo.
-¡Despierta perro! Te voy a enseñar a guardar tu hocico a buen recaudo…-me decía- …has venido al sitio equivocado...
                Pude observar el rostro de mi captor con expresión despiadada, vestía el inconfundible traje negro con el totenkorp presidiendo la gorra de plato. Una cruz de hierro colgaba de su chaqueta, pero fue la profundidad de su mirada de ojos claros la que me hizo estremecer en consonancia con lo terrorífico de su puesta en escena. Sentí el frío cañón de una Luger en mi frente. Si algo detesto más que acostarme con una mujer fea, es levantarme con esa misma mujer fea a la mañana siguiente. Y por encima de esto último, es que me apunten con una pistola. Tuve que hacer esfuerzos por contener mi ira, pero mi posición en la negociación era tan sumisa como una corista en brazos de un Obergruppenführer con varios billetes en la cartera. Decidí no empeorar la situación y me dispuse a colaborar, pero entonces recibí otro golpe que me volvió a dejar KO. Con el nuevo despertar, todo daba vueltas a mi alrededor como si me encontrara en medio del viaje cruel de un carrusel.
-Supongo que buscabas este maletín- escuché como si me hablaran en medio de una caja de resonancia.
                Vi como levantaba frente a mí un pequeño bolso de piel y de éste sacó un dosier. Lo abrió por una de sus páginas centrales y me lo mostró:
-¿Puedes leer este documento, podrida escoria?
-Lo intentaré- dije tras escupir los restos de sangre que aún tenía en mi boca…
                Por la presente y en nombre de nuestro glorioso Fürher, nombro defensores de las Leyes de Protección de la Sangre y Honor Alemanes, y por lo tanto representantes de la Ley de Ciudadanía del Reich a:
Lammers, Hans Heinrich;
Wolff, Karl;
Heydrich, Reinhard;
Canaris, Wilhelm
Falkenhorst, Hans
 Bauman, Otto


Firmado:
Heinrich Himmler
Obergruppenführer SS



                Cuando leí mi nombre se me heló el corazón y sólo pude preguntar:
-¿Por qué coño está mi nombre en esa lista?
-El propio Himmler incluyó tu nombre y el de otros ex-policías del Alex como estrategia de defensa ante investigadores tránsfugas…,¿o acaso creías que dejaríamos cabos sueltos, rata inmunda?, así que, a partir de ahora, deja de asomar tu apestosa cara o acabarás haciendo compañía a los peces del río Spree…
-¡Pero fue el propio Falkenhorst el que me contrató para recuperar esos documentos…!
-¿Todavía no te has dado cuenta que has sido traicionado?, Falkenhorst ya está colgado de una cuerda de piano por un delito de alta traición. La inteligencia rusa ha infiltrado agentes en la comitiva del Comité Olímpico, dispuestos a hacerse con toda prueba que nos incrimine…y él estaba dispuesto a venderse a los bolcheviques en un infame acto de deslealtad…entonces apareciste tú y no nos queda más remedio que liquidarte a ti también, puto miserable…
-¡Maldito Klausen! ¡Cómo he podido confiar en ese cronista de tres al cuarto…!
-Llevamos tiempo siguiendo a Hans Falkenhorst y tenemos la transcripción de vuestra conversación telefónica en que contrataba tus servicios. No fue difícil encontrarte, deberías controlar más a tus informadores, o al menos leer sus editoriales… Te arrepentirás de haber aceptado un trabajito contra nuestra gloriosa patria…
                El cañón de la Luger volvió a mirarme fijamente a los ojos.
-¡Heil Hitler! –pronunció enérgico.
                …y me sumí en el más recóndito sueño…